2014
Manuel Lagares: Un diagnóstico para la recuperación
Caben pocas dudas de que la crisis de la economía española se ha producido y reflejado en todos sus sectores, pero especialmente en el sistema productivo, en el sistema financiero y en el sector público. Nuestra crisis aparentemente se inició por la explosión de la burbuja inmobiliaria, pero se encontraba ya larvada en el sistema productivo. A partir de ahí se extendió con rapidez a los otros dos ámbitos, impulsada además por el cierre de los mercados financieros internacionales y por desastrosas políticas interiores de gasto público y de rebajas impositivas en momentos inadecuados. La historia es bien conocida pero hay que recordarla para entender mejor donde nos encontramos hoy, cuando los datos económicos comienzan a ser mejores.
La crisis aparentemente se inicia en el último trimestre de 2006, cuando la demanda de viviendas, que había venido creciendo rápidamente desde principios del nuevo siglo, no fue ya capaz de absorber una oferta fuertemente hinchada por las erróneas previsiones de años anteriores, cosa habitual en mercados como el inmobiliario, en el que el proceso de elaboración del producto dura, en promedio, casi más de un quinquenio si se computa desde la transformación de terrenos rústicos hasta las viviendas llave en mano. A ese desequilibrio entre demanda y oferta se unió a mitad de 2007 la crisis financiera internacional y sus efectos sobre la liquidez de nuestras entidades financieras, lo que terminó aflorando la crisis soterrada de nuestra estructura productiva, caracterizada por la rápida pérdida de peso relativo de nuestra industria y la escasa eficiencia de nuestros mercados, como lo venían probando el mal comportamiento de importaciones y exportaciones en aquellos años. Habíamos terminado por convertirnos en un país de enfebrecidos especuladores inmobiliarios, con una industria cada vez más reducida y un considerable déficit exterior.
Esa situación arrastró a muchas familias y empresas y convirtió la crisis de liquidez en una de solvencia para una parte sustancial de nuestro sistema financiero, escasamente capitalizado y fuertemente endeudado en el interior y en el exterior. Pero también repercutió intensamente en la capacidad recaudatoria de un sistema impositivo que había sesteado sobre los cuantiosos ingresos fiscales derivados del boom inmobiliario y que, además, se veía presionado por una política que pretendía contener esa crisis estructural mediante recetas coyunturales basadas en fuertes aumentos de gasto público para atender las casi infinitas aspiraciones de políticos y ciudadanos. Sistema productivo mal estructurado y poco eficiente, sistema financiero corroído por activos fuertemente sobrevalorados y por la escasez endémica de capitales propios y sector público embarcado en déficits estratosféricos, nunca alcanzados en casi dos siglos anteriores, generaron un fuerte descenso del PIB en términos reales, una brutal subida del paro, un nivel considerable de endeudamiento en bancos, familias y empresas y un ascenso de la deuda de las Administraciones que ponía en riesgo la sostenibilidad del sector público. Pero no se pierda de vista lo esencial: la crisis española se generó por deficiencias estructurales en nuestro sistema productivo no corregidas por unos mercados ineficientes. Lo demás no fue más que un inevitable proceso de contagio.
Manuel Lagares es catedrático de Hacienda Pública
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Lea el artículo completo de El Mundo (16-6-2014) aquí
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